Una de las cosas que me contaba mi madre era que, hasta que cumplí dos años, me daban “patatuses” cada vez que ella no estaba.
El “patatús” consistía, según sus palabras, en que me
quedaba sin conocimiento, como muertecito, con la cara blanca y las "orejitas
transparentes".
Tal era mi estado que ninguna amiga o vecina quería quedarse
conmigo si mi madre tenía que hacer un recado. Nadie quería que "se le muriera el
niño" en su ausencia, aunque por lo visto se me pasaba con un poco de agua fría
en la cara y unos “golpecitos”.
Así que mi madre tenía que cargar conmigo fuera a donde
fuera por ese motivo. Y me comentaba… “Y así íbamos, juntos a todos lados, como
la burra y el pollino”. Como veis mi
madre era de metáfora rotunda, sin medias tintas.
Dicho esto... Os hago saber que desde el pasado domingo el pollino trota solo, con su burra en el corazón y un patatús eterno en el alma.
Te quiero madre.